Te encontré como la pulsera que crece en el Sol del horizonte.
Me parpadeabas la noche, y te sentí extraño e invasor.
Viniste danzando a los árboles, sintiendo las estrellas jugando con tu pulso.
Te besé la marcha y sonreí tu estela, pero en silencio dije me siguieras.
Conseguí distancia y confianza entre burbujas y coraje. En cuatro paredes rojas salpicadas de caras.
Te quise entre sábanas limpias y olor a mar, y así en la primera caricia, cuando besaste antes mi mano que mi despedida, me gané e hice nuestro aquel día que decidimos intercambiar sentimientos en palabras.
Una valentía a horcajadas del viento que latía la arena.
Nos tuvimos un día entre sueño y lunares entrelazados, en constelaciones de carne y hueso.
Perdidos en el alfabeto de tu cuello, y pensando en un viaje de ida.
Nos manché de tinta mientras me cubrías con la mirada en un abrazo interminable.
Te quise en un momento.
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