domingo, diciembre 16, 2018

Taconeo de flores

   Cariño, que tu sol encontró al mío, juguetón, uniéndose a nuestro baile de risas y miradas.
   Sí, aquella primera vez no hubo nada más que admiración inocente.
   Un no pronunciado y gritado por las danzas de los volantes de mis vestidos que eran nuestros ruedos. 
   Nos tiraron flores, alabanzas y vítores, cerillas usadas, monedas de oro, bendiciones y cartas boca arriba.
   Te atreviste a entrar en mi baile cuando clavaste tus ligeros pies en esta tierra que respira otro tiempo y se encarga de que no nos olvidemos cruzando los tallos de nuestros claveles.
   Qué infinita fuerza te trajo a mi cuello, a mis faldas, a mi pecho cuando me llamaste arte a pulmón descubierto y voz clara como el cielo, a quien quitabas el puesto, descubierto de orgullo.
   Con toda esta fiesta llena de alegría donde cada esquina canta y la tierra deja pasar las travesuras de sus queridas flores por la noche.
   A paseo de farolillo con el aire fresco acariciando mi espalda y agitando tus rizos al son de unas castañuelas lejanas.
   Me diste la mano y tus ojos. Te vi entero y me entregaste tu fuego confiando en que si yo te mataba morirías.
   Me enamoré. De ti. Y emprendí el viaje más feliz de mis noches entre tú, yo y esa cicatriz a los pies de tu puerta. Mi amor.
   Decidimos clavarnos en esta tierra húmeda y caliente. Mis ojillos se desvanecían a la luz tenue de los farolillos al compás de las palmas que se oían a lo lejos, en las entrañas de las estrellas.
   Hay una sonrisa cada vez que te vas y una lagrimilla cuando vuelves. Sabes que no comparto tu lucha.
   Cómo nos esforzamos en mantener las aguas calmadas cuando decides combatir una quimera que defiendo.
   Aun así, sigo bebiendo de tu cicatriz, de lo que te hace oro, queriéndote, entregándote mi pañuelo blanco lleno de tus besos y mis recuerdos. Cariño. 

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