lunes, julio 23, 2018

   Decir que eres grande carece de sentido.
   No eres la madre de todos los que te viven porque te deciden.
   Qué irónico que decidan sobre ti, por ti, por tu bien, madre malgastada.
   Sobre tus tierras y los mares que te bañan como si te hubieran visto la vergüenza de tu desnudez.
   Demasiados quieren vivirte en otro tiempo con aires sofocantes de principios de siglo, siempre con tardanza entre fronteras disputadas hasta el final de nuestros días.
   Con nombres tan antiguos como tus carreteras, señora de baja montaña, que va a lavar sus trapos a la fuente.
   Otros intentan vivirte sin recordarte por el bien de sus corazones rotos de recuerdos. Con los ojos destrozados y las ropas rasgadas por las rodillas de cementerios sin nombres.
   Aún siguen recordándote tus malos años deteriorados en otras guerras, regocijándose en sus malas decisiones. Ni que hubieras comandado aquellos ejércitos, mujer.
   Ni siquiera pudiste elegir dónde caerte muerta ni celebrar tus, a veces, merecidas victorias.
   Te empujaron colina abajo y sobreviviste, unas ocasiones con mucho arte y otras, venciéndote en esquinas.
   Decir que han hecho de ti lo que han querido y podido es quedarse a medio camino entre una verdad oculta y otra interesada.
   Tú, que llevas nombre de flor crecida en balcón, de aire de campo, de tranquilidad del Sur.
   A ti, que los que te apoyaban nunca te preguntaron y que te deshacían los que no te comprendían.
   Por los que te quieren demasiado y por los que te niegan.

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