sábado, noviembre 07, 2015

   Y cuando conocí al mal de mi vida, rodeado del ejército de sus sombras, no me fijé en ellas. Estaba demasiado concentrada en su sonrisa. Yo aún era la versión inmadura de mis rizos, con la voz suave de la alegría y el brillo de las luces.
   Cada noche me tejía los sueños para contemplarlos de madrugada y recordarlos por la mañana, mientras, todavía por la mañana sonreía por los pasos dados en noches de verano.
   Hasta que llegó el día en que, por las mañanas, en vez de contemplar mis tapices, los fui arrancando de las paredes de mi ilusión y fui destrozándolos, uno a uno. Llorando en un suelo de mármol, con más lagunas y nubes grises que blancas.
   El frío cada vez se iba instalando más en mi corazón, implosionándolo. Pero varios años después, el mal de mi vida destejió los sueños que mi subconsciente guardaba con tanta ansia y fue hilo por hilo, como si estuviera cortándome los nervios y el dolor me tragase para dejar de sentir, irónicamente. Para luego, confesarme que estaba enamorado de mí e irse con la misma risa que la primera vez, la ladrona de la realidad, que hizo que no viera sus sombras lánguidas y reptantes. Él, aún sigue siendo la razón para escribir cómo me rompió el corazón por primera vez, los sentimientos, los nervios, mi realidad y tener que crear mi nuevo mundo.

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