martes, abril 14, 2015

   Podría tirar mis cincuenta euros por el retrete y no sentiría nada. Podría dejar a mi novio y tampoco sentiría nada. Que mi maldito estado de ánimo sea tan impredecible e incontrolable es demasiado pesado, como los calibres gastados del arma de un asesino. Tan estúpidamente descontrolado como la droga que mancha los pantalones de un adolescente viviendo ´´lo mejor`` que él considera de su vida. 
   Es como intentar escalar una montaña empinada y bombardeada con una mano mala y sin la cuerda necesaria. 
   Cada día estoy a un paso menos de un abismo de insensibilidad, a la que toda persona entre catorce y dieciocho años quiere llegar porque piensa que así se hace más fuerte.
   Que antes, lo que era mi genial latir de corazón, ahora, simplemente es un estímulo que ejerce el músculo más importante del cuerpo. Pum, pum, pum. Sangre que va, que viene, que se vuelve a ir y vuelve a venir. 
   De todo esto, del maravilloso por qué. 

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