sábado, diciembre 30, 2017

   Recuérdalo. La primera vez que fui a ese piso, agujero morado de la vejez de una arquitectura con aires de grandeza.
   Seguí el camino marcado por unas huellas tan felinas, que ni el ruido de las paredes hizo que me desviara. 
   Quitar las capas al mundo: eso es lo que hicimos.
   Rozando piel con piel y cayendo por terraplenes de clavículas, perdiendo besos en los bosques de vello erizado, sin miedo a ser quemado.
   La niebla que arrasaba con el terreno, empañando los susurros y todas las sierras, que se movían con la voluntad de una oruga convirtiéndose en mariposa. 
   Desnudos. Esperando. Mirándonos. Entendiéndonos. Queriendo.
   Una ligera confusión en un día claro de invierno. Llenos de letras de otros idiomas que surcan nuestros dedos hasta el alma.
   Un pequeño desenfoque en un gran plano oscuro, que en el final decide abrir los ojos y ver el querer del cielo que se derrumba en su boca.

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