domingo, mayo 12, 2013

¡Oh, mi querida Venecia! Eres tan hermosa que no puedo cerrar los ojos. No puedo abarcar tu hermosura en un solo día, eres abrumadora, me vuelves loca. No puedo soportarlo, no puedo aguantarlo más, me está consumiendo poco a poco por dentro. Soy una extraña en una ciudad majestuosa, estoy sola, no tengo a nadie. ¿Quién se podría cansar del misterio que desprende cada esquina de este lugar? 

León, justo y diplomático, con tus grandes garras y tu mirada que infunda respeto y miedo al mismo tiempo, con tus grandes alas, llévame lejos, quiero huir de esta abrumadora sensación.

Más de una vez, cuando la Plaza de San Marcos se ha inundado, he querido que la marea que baña los canales llenos de recuerdos me arrastrara con ella para poder escapar, ¡ser libre por fin!

Me he imaginado presa, encadenada de pies y manos, pasando por el Puente de los Suspiros para ver por última vez el cielo que me ha visto nacer y el mar, que he surcado miles de veces. Soy prisionera sin haber cometido ningún delito, excepto el de no ser feliz.

Llorando en la góndola, mis lágrimas cayeron al agua, lágrimas llenas de puro sufrimiento, creando un hermoso cuerpo de sirena invitando a los gondoleros al fin de sus días con una sonrisa melancólica. 

¡Querido reloj de oro, por favor, indícame la hora en la que tengo que marchar, ya no aguanto más!

Tendré que ponerme una máscara a ver si a través de otra perspectiva puedo ver lo bueno de esta vida, la vida que me han regalado para disfrutar, pero que por alguna razón no puedo. Gente que lleva máscaras con colores alegres y sonrisas, seguro que no lo son de verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario